domingo, 30 de agosto de 2015

Desaparecidos


Es más que un rostro,
una voz,
un joven
o una mujer,
es más que un compañero
-o compañera-
lo que nos duele.


Es esa larga lista
de ausencias sin nombre,
sin cuerpo,
sin motivo.
De ausencias encendidas
que somos todos
y cada uno de nosotros,
y nosotras.


Son los años
las risas
y los abrazos pendientes
que nos han arrancado
con la más terrible crueldad
de tiempos que pensamos enterrados,
que maldecíamos en voz alta
porque aquellos dictadorsitos
están muertos,
o deberían estar muertos,
¡porque deberían ser sus muertos!


Es la eternidad de cada segundo
de espera,
es permanente noche negra,
fría, hostil,
sin padre, sin hermano,
sin hijo, sin sus ojos.


Es el vacío en la casa,
en el aula, 
y en la humanidad que se carcome
con el odio que se los llevó
a no sé donde,
a ningún sitio,
a la tristeza.


Es la sangre que recorre 
la historia de los de abajo,
porque, ¡carajo! 
siempre es nuestra sangre.


Son los golpes, las balas,
la angustia,
las uñas arrancadas
y la impunidad encarnada
en la mujer desnuda, ultrajada.


Es esta vida,
esta maldita vida que sabe a muerte
y que nosotros no hemos elegido
ni estamos dispuestos a aceptar.


Es el miedo de andar las calles,
de no encontrarles,
de desesperar demasiado,
de aguantar demasiado,
de exiliar la esperanza,
de no encontrarles, 
de no encontrarles.


Es más que un rostro,
una voz,
un joven o una mujer,
es más que un compañero
-o compañera-
lo que nos mantiene aquí,
lo que nos vuelve aliento,
consigna, pancarta, memoria.


Ocurre que hemos aprendido
que la justicia hay que arrebatarla
y sepan bien, haremos justicia.

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