Hace seis años, ellos decidieron resistir, y resistieron.
Resistieron lo indecible, resistieron la calumnia,
los gases y los toletes, las rejas,
el hambre, el sueño, la lluvia,
lo resistieron todo,
los miedos, los dolores
y los fríos más personales.
Dieron lecciones de solidaridad,
de dignidad y de entereza
a propios y a extraños,
a quienes venían a contarnos el rumbo de la historia.
Y demostraron eso, que la historia se escribe
en lágrimas, sangre hirviendo y mucho coraje,
que se escribe andando,
y tropezando y levantándose
y reconociéndose en el otro que también resiste.
Hace seis años decidieron resistir, y resistieron.
Resistieron al más terrible odio de clase,
a la muerte que significa subordinar la vida
a la acumulación, al despojo y la ganancia.
Y en sus consignas, en sus zapatos desgastados
por aguantar de pie, y en su incansable puño izquierdo
está el reclamo de una patria lastimada,
ultrajada,
pero igualmente dispuesta a luchar por su existencia.
En sus gargantas se mezclan las voces
del México profundo, del abajo que se mueve,
de más de un centenario de experiencias
del pueblo trabajador.
Y se apropiaron de la calle y de las plazas
para llenarlos con su luz y con su fuerza,
para izar la bandera proletaria
y defender el derecho y la justicia.
Hace seis años decidieron resistir hasta vencer,
y vencieron.
Vencieron haciendo paciente camino sobre su actuar,
golpeando juntos, pensando juntos, estando juntos.
Vencieron entendiendo que la victoria es un proceso
que se construye, y que al fin, después de tanto,
está por concretarse.
Pero en realidad vencieron en el momento
en que como hombres y mujeres se rehusaron
a aceptar el exterminio de las bestias que desde el poder
pretenden imponer,
y vencieron encarnando la esperanza compartida
en un mundo distinto, fraterno, libertario.
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