En la memoria
ese joven combatiente,
sonriente,
atrevido,
encarador al destino
y a la muerte.
Prensa en mano
de la escuela
a la fábrica,
de la fábrica
al barrio,
volante aquí y allá,
queriendo crear tormentas.
Va encontrándose en su hermano,
y no habla del futuro,
porque el futuro
está en su rostro.
Se equivoca, quizá,
de estrategia,
de táctica,
de teoría;
se desespera,
arriesga, se arriesga,
y seguramente
se olvida del imposible
que es correr
delante de la historia.
Pero lo hace porque decide,
decide ser, estar, transformar
-y no muchos lo hacen-,
y reclamar el derecho
no para él,
para NOSOTROS;
y carece de nombre
porque en él,
somos todos.
Y cuando uno recapitula
al final de la jornada,
sabe que él es
imagen de esperanza
para nuestros pueblos que,
rabiosos y adoloridos,
con hambre de respeto
y de autodeterminación,
igual que él -o ella-
son jóvenes
y son combatientes.
Y cae, como caen
nuestros pueblos,
y renace y se levanta,
como nuestros pueblos,
con otras manos,
otros brazos,
y otras alas, surgidas
de otras cosechas,
pero bajo esa verdad
-quizá la única-
de ser todos los rostros
y todas las voces
que cantan
a un nuevo amanecer.
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