Hay encuentros que merecen
una gran celebración.
Son acaso los más discretos,
los casi imperceptibles.
Las copas que se alzan
y rompen los amargos silencios
de las noches frías y distantes.
Las carcajadas que, traviesas,
escapan al tedio impuesto
por la gran cadena de montaje
que nos devora cada día.
La complicidad de aquellos
que no desperdician un instante
para conspirar contra la muerte,
para organizar la rabia,
para construirse juntos y nuevos.
Las manos que ante el soplo
de viejas revoluciones
dejan sus herramientas
y se toman en las calles o en la huelga.
Los abrazos que levantan
los más cálidos refugios
en medio de las más cruentas tempestades.
Las caricias recorriendo
de norte a sur el continente
de nuestros cuerpos,
cuando avanzan, regresan,
y crean alianzas hasta fundirse.
O la esperanza compartida
en la bandera, en la consigna,
en la patria, en su mirada,
en la mañana
que traerán el pan y la poesía,
la paz y las rosas,
la libertad y el amor
para todas,
para todos.
6/11/2017
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