Ojalá una pudiera
aliviar los dolores del mundo, las desesperanzas que por las noches acaban con
nosotros y especialmente la aparentemente perfecta pero triste inercia con que
despertamos al día.
Ojalá pudiera arrancar en caricias los otros dolores, los personales, los que estallan de pronto rompiéndonos el pecho y perforándonos la piel. Los de los viejos fantasmas y las nuevas ausencias, los dolores, pues, de la vida y de la muerte.
Porque una quisiera que las personas y el pueblo que ama no pasaran nunca por malos ratos.
Pero las palabras no son analgésicos. Si acaso, dibujan contornos difusos en la inmensidad de sensaciones. Y quizá tampoco sería justo arrebatarles ese trocito de humanidad que habita también en los dolores.
Al final solo podemos, o intentamos, demostrarles que la tristeza compartida se vuelve rabia y fortaleza. Que ahí estamos, luchando juntos, también en las más íntimas batallas.
Ojalá pudiera arrancar en caricias los otros dolores, los personales, los que estallan de pronto rompiéndonos el pecho y perforándonos la piel. Los de los viejos fantasmas y las nuevas ausencias, los dolores, pues, de la vida y de la muerte.
Porque una quisiera que las personas y el pueblo que ama no pasaran nunca por malos ratos.
Pero las palabras no son analgésicos. Si acaso, dibujan contornos difusos en la inmensidad de sensaciones. Y quizá tampoco sería justo arrebatarles ese trocito de humanidad que habita también en los dolores.
Al final solo podemos, o intentamos, demostrarles que la tristeza compartida se vuelve rabia y fortaleza. Que ahí estamos, luchando juntos, también en las más íntimas batallas.
5/11/2016
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