Hay soledades dulces que nos permiten descubrirnos en otros ojos,
en viejas fotos, o en los versos casi imperceptibles de alguna canción
que hace tiempo tarareábamos.
en viejas fotos, o en los versos casi imperceptibles de alguna canción
que hace tiempo tarareábamos.
Soledades que toman la forma del aventurero que encontrábamos en el espejo,
o de los cuentos que colocábamos juntito a nuestra almohada antes de dormir,
del raspón que parecía la mayor desgracia, de la terrible y primera vez
que nuestros labios dijeron adiós, o del día que decidimos estar en desacuerdo con el mundo.
Son las mismas soledades que podemos mantener un ratito más en la lengua mientras saboreamos nuestras huellas y las pequeñas incertidumbres, y que compartimos a la hora de la cena con algún otro solitario, soledades que sumergimos en el café e ingerimos en forma de suspiros, o de besos, o de abrazos al desnudo...
Soledades que, de amanecer juntas, parecen volverse más pequeñas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario