lunes, 3 de octubre de 2011

dulce soledad...

Hay soledades dulces que nos permiten descubrirnos en otros ojos,
en viejas fotos,
o en los versos casi imperceptibles de alguna canción
que hace tiempo tarareábamos.

Soledades que toman la forma del aventurero que encontrábamos en el espejo,
o de los cuentos que colocábamos juntito a nuestra almohada antes de dormir,
del raspón que parecía la mayor desgracia, de la terrible y primera vez
que nuestros labios dijeron adiós, o del día que decidimos estar en desacuerdo con el mundo.

Son las mismas soledades que podemos mantener un ratito más en la lengua mientras saboreamos nuestras huellas y las pequeñas incertidumbres, y que compartimos a la hora de la cena con algún otro solitario, soledades que sumergimos en el café e ingerimos en forma de suspiros, o de besos, o de abrazos al desnudo...

Soledades que, de amanecer juntas, parecen volverse más pequeñas...

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