De dos compañeros en resistencia del Sindicato Mexicano de Electricistas:
LA REBELIÓN DE LOS MUERTOS
Abandonando sus sepulcros, los muertos niños, los muertos estudiantes,
los muertos campesinos, los muertos indígenas, los obreros muertos, las
muertas de Juárez, las niñas y los niños del ABC, los obreros mineros
sepultados en la mina de carbón de Pasta de Conchos, los jóvenes
estudiantes asesinados el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de
1971, los victimados en el Tec. De
Monterrey por el fuego cruzado del cruzado Felipe Calderón, los
campesinos masacrados en Aguas Blancas, los hombres y mujeres
violentados en Atenco, los indígenas victimas del genocidio de Acteal,
todos ellos, a unos días de celebrarse las elecciones presidenciales que
definirán el futuro del país, se pasean entre nosotros para darle una
arregladita a la historia.
Quizás debido a su experiencia personal
prefieren el guión del drama, la secuencia de los hechos a la manera de
la telenovela les aburre. Los muertos y los agraviados de Atenco, en
representación de los muertos y los agraviados del régimen, ocuparon sus
asientos en la Ibero y le recompusieron la plana al heredero
generacional de la impunidad transexenal. Simplemente le arrebataron el
bolígrafo. Sin el pilar sostenedor de la historia oficial, salió del
recinto transfigurado. Ya nunca más sería el gobernador exitoso flotando
en la burbuja de la realidad televisiva; el perfume parisino de
embelesadora fragancia que lo acompañaba hasta ese entonces, desprendía
ya un hedor a sangre.
Como castillo de naipes, los asideros en los
que se sustenta el adormecimiento de la conciencia, han ido cayendo uno a
uno a velocidad de bólido. Los medios de comunicación al servicio de la
oligarquía escuchan, sin saber todavía que sucedió, los dulces tonos
del réquiem que los ensordece al borde de la locura. La representación
simbólica de la cultura decadente en la que se ha regodeado la
impunidad, sufre los estertores que acompañan al caduco sistema de
representación política y su corrupto régimen de partidos.
La
insurgencia popular realiza para sí, la revolución de su autonomía y
arrebata la acción política de manos de quienes la han usufructuado con
deslealtad al pueblo. La irrupción popular se representa a sí misma en
las calles. El espectáculo es inigualable. Los candidatos del
oscurantismo huyen escurridizos de las universidades y se refugian en
los sótanos de su ambiente partidario en el que son aclamados por el
último reducto de la manipulación y la demagogia.
Los muertos,
nuestros muertos, como dueños del tiempo, no obstante la variedad de
opciones, se sienten mejor cuando son convocados por el presente.
¿Será que nuestros muertos también son #132?