Ellos apuntan
directo a la memoria.
Pretenden que olvidemos
que hubo días para soñar,
que esos sueños eran luchas
y que esas luchas construían
un hombre nuevo.
Ahora, dicen,
la cosa es así,
y no hay tiempo ni espacio
-y mucho menos sustento-
para creer y crear lo diferente.
Entonces disparan,
¡bang! ¡bang!
hiriéndonos de silencio.
Y sin embargo,
solo callaremos
cuando estemos muertos.
martes, 26 de abril de 2011
martes, 19 de abril de 2011
abril 2011
Yo no sé si era él la causa,
pero sé bien que ese día
amaneció un poco más temprano
y la ciudad lucía un poco menos triste.
Salí cargando revoluciones en el estómago
y una dulce sonrisa que, aunque intentase,
era imposible de ocultar;
y es que, para esas cosas, sigo pareciendo una chiquilla…
Él esperaba con un par de cervezas
para matar el calor,
y su nitidez puesta sobre la mesa.
Luego, a solazarse con lo prohibido.
A desnudar un par de esperanzas en que la cosa cambie,
a curar con besos los sueños rotos y desgastados,
a ofrecer en fluidos otra dosis de fortaleza,
y a entregarse a la confianza de saberse sinceros,
siquiera por un momento.
Después de todo, se trataba de un momento,
y ambos debíamos saberlo.
Él agradece y suspira,
mientras le sonrío, callada, y le amo.
Tomamos entre carcajadas nuestros miedos,
las rutinas, las luchas, las culpas,
las alegrías y las pasiones,
y nos vestimos de nuevo.
Luego, ese juego casi adolescente
de cómplices miradas,
de manos que se buscan distraídas,
de labios que furtivos se rozan,
de no soltar ni una palabra hasta estar solos…
Y es entonces cuando le susurro en silencio,
“no permitas que me enamore de ti…”
pero sé bien que ese día
amaneció un poco más temprano
y la ciudad lucía un poco menos triste.
Salí cargando revoluciones en el estómago
y una dulce sonrisa que, aunque intentase,
era imposible de ocultar;
y es que, para esas cosas, sigo pareciendo una chiquilla…
Él esperaba con un par de cervezas
para matar el calor,
y su nitidez puesta sobre la mesa.
Luego, a solazarse con lo prohibido.
A desnudar un par de esperanzas en que la cosa cambie,
a curar con besos los sueños rotos y desgastados,
a ofrecer en fluidos otra dosis de fortaleza,
y a entregarse a la confianza de saberse sinceros,
siquiera por un momento.
Después de todo, se trataba de un momento,
y ambos debíamos saberlo.
Él agradece y suspira,
mientras le sonrío, callada, y le amo.
Tomamos entre carcajadas nuestros miedos,
las rutinas, las luchas, las culpas,
las alegrías y las pasiones,
y nos vestimos de nuevo.
Luego, ese juego casi adolescente
de cómplices miradas,
de manos que se buscan distraídas,
de labios que furtivos se rozan,
de no soltar ni una palabra hasta estar solos…
Y es entonces cuando le susurro en silencio,
“no permitas que me enamore de ti…”
lunes, 18 de abril de 2011
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